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Reseñas Muerto y de otra literatura del Segundo Templo con o sin un carácter ‘parabíblico’. Así, D. Dimant se aproxima a la figura de Abraham como astrólogo en 4Q225 (pp. 7182); C. Martone aborda las interpolaciones en el Documento de Damasco (pp. 235240); y J. Vanderkam estudia una nueva cita griega de Jubileos (pp. 377-392). Por último, algunos participantes han presentado reflexiones de un carácter más general y sobre problemas de fondo para el estudio de la historia del texto bíblico en la Antigüedad. Es el caso de los trabajos de F. García Martínez y M. Vervenne sobre la interpretación de la Escritura en el judaísmo antiguo a la luz de los Rollos del Mar Muerto (pp. 99-114); las propuestas metodológicas sobre crítica textual y crítica histórica de A. Lemaire (pp. 193-202); o el análisis de M. S. Smith de la interpretación textual en el Israel de los siglos VII-VI a.e.c. (pp. 321-324). Esta serie de artículos queda enmarcada por una semblanza del prof. Trebolle a cargo de F. García Martínez y por la abundante bibliografía del propio prof. Trebolle. Como conclusión, los trabajos que componen este homenaje constituyen una representación sobre el estado de la investigación de los estudios de la historia del texto bíblico y los manuscritos del Mar Muerto a cargo de algunos de los nombres de referencia en sus respectivas áreas. El volumen será de interés para cualquier estudioso de la Biblia Hebrea y sus versiones y de la literatura qumránica que desee aproximarse a las materias académicas donde ha destacado el prof. Julio Trebolle Barrera. Alba Contreras Corrochano Universidad Complutense de Madrid UROZ RODRÍGUEZ, Héctor, Prácticas rituales, iconografía vascular y cultura material en Libisosa (Lezuza, Albacete). Nuevas aportaciones al Ibérico Final del Sudeste. Alicante, Universidad de Alicante, 2012, 547 pp. ISBN: 978-84-9717224-0. Dígase lo que se diga, una de las mayores satisfacciones que puede experimentar el arqueólogo es el hallazgo de un tesoro. Un tesoro que no tiene por qué ser un cofre de monedas enterrado en una isla, ni una tumba egipcia, ni tan siquiera una vieja calavera de cristal, sino que puede estar formado por nada más (y nada menos) que un conjunto de imágenes y los restos de una celebración ritual que nos permitan adentrarnos en el imaginario de una sociedad, la ibero-romana, inmersa en un proceso de radical transformación y que todavía nos resulta poco conocido. Un tesoro que puede ser, en pocas palabras, los niveles ibero-romanos de Libisosa. El volumen que aquí reseñamos recoge parte de los resultados que su autor, Héctor Uroz, viene obteniendo en las excavaciones que desde 1996 dirige en Lezuza junto con José Uroz y Antonio Poveda, y a las que en su día dedicó su Tesis Doctoral. Podríamos por ello calificarlo de memoria de excavación, pero no estaríamos diciendo toda la verdad: aunque el investigador nos brinde un recuento prolijo de los estratos, estructuras y artefactos hallados en toda una serie de ambientes del asentamiento 310 ’Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones 2013, 18, 291-314 Reseñas hispanorromano a través de diversas campañas arqueológicas (recuento doblemente valioso dado el deficiente conocimiento que poseemos del horizonte material de este período), el verdadero interés de Uroz es ofrecernos ciertos datos que nos permitan adentrarnos en el difuso y mal conocido mundo de las prácticas rituales y la religiosidad hispanorromana. Y para ello opta por presentarnos un análisis concienzudo del depósito votivo documentado en la terraza superior del oppidum, bajo el posterior foro de Libisosa, de las distintas viviendas del barrio ibero-romano en las que se hallaron cerámicas figuradas, y de los propios vasos. Materiales y espacios todos ellos que datan del primer tercio del siglo I a.C., momento especialmente importante en la historia del asentamiento, pues coincide con la destrucción que este sufre, posiblemente relacionada con las guerras sertorianas, y que antecedería a la refundación del oppidum como colonia. En su estudio, Uroz parte de la conceptualización de la sociedad ibero-romana como un sistema cultural híbrido, que aprehende y reinterpreta rasgos culturales iberos y romanos, pero radicalmente distinta de ambas culturas. En este sentido, el tradicional concepto de ‘romanización’ entendida como un proceso de aculturación progresivo y unilineal queda ampliamente superado, siendo sustituido por una aproximación explícitamente deudora de los postulados poscoloniales y los estudios identitarios. De hecho, en las páginas del volumen se constata cómo la identidad individual y colectiva puede entenderse como una realidad histórica en continua construcción y negociación, cómo las distintas identidades se superponen y operan en distintos niveles sin entrar en contradicción, y cómo la ‘invención’ del pasado y la asunción de lo nuevo son instrumentos recurrentes en la negociación de la posición de cada individuo en la comunidad, y de la comunidad frente a sus vecinos. No en vano, llama por ejemplo la atención la constatación –como el propio Uroz remarca– de que los vasos ibéricos con decoración figurada, una decoración que en principio nos podría retrotraer a un imaginario que consideraríamos ibérico, aparecen precisamente en las viviendas más ‘romanizadas’. La razón es que los individuos que encargaban estos vasos y que mediante ellos se postulaban como herederos de la tradición ibérica eran asimismo los principales potentados del lugar y, por tanto, los principales receptores de los objetos y tradiciones culturales llegados de los otros lugares del Mediterráneo. El libro se estructura en dos grandes bloques, a los que se le suman lógicamente la introducción y las conclusiones. Comienza presentándonos el proyecto arqueológico de las excavaciones de Lezuza, aún en marcha y de cuyos resultados el presente texto es solo una muestra, pues la mayor parte permanecen aún inéditos. Se realiza además en este primer capítulo la consabida introducción al yacimiento y a su entorno, describiéndose la localización del enclave, los distintos núcleos de poblamiento que lo precedieron en la región, y las diversas fases arqueológicas documentadas en el poblado, entre la II Edad del Hierro y la Edad Moderna. Empero, el primer gran bloque del texto es el dedicado al análisis del depósito votivo hallado en el sector 1F, una fosa abierta en la terraza superior del yacimiento (donde más tarde se levantaría el foro colonial) en la que se amortizaron ritualmente una gran cantidad de materiales de todo tipo, dispuestos cuidadosamente y de una sola vez, ’Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones 2013, 18, 291-314 311 Reseñas y que pudieron ser documentados con gran detalle gracias a su excavación sistemática. En este sentido, se nos enumera el posible contexto arqueológico del depósito (una serie de escasos materiales y algunas estructuras que podrían corresponder, según la interpretación del autor, a un praesidium romano anterior a la fundación colonial) y se describe pormenorizadamente la fosa y la disposición de los materiales en su interior. Se lleva a cabo un análisis tipológico extremadamente exhaustivo de los materiales, describiéndose, clasificándose, dibujándose y fotografiándose cada uno de los fragmentos identificables. Para ello Uroz emplea fundamentalmente la tipología propuesta por C. Mata y H. Bonet (1992), justificando las variantes y excepciones planteadas respecto a esta. A continuación, se sistematizan las decoraciones geométricas y fitomorfas presentes en los vasos del depósito, en un explícito intento de esquematismo y asepsia que sienta las bases –como señala el propio autor– para la eventual caracterización del grupo pictórico libisosano, empleando por tanto el concepto propuesto para el estudio de las decoraciones cerámicas ibéricas por T. Tortosa. Por último, el bloque se cierra con sendos apéndices a cargo de M. P. Iborra y M. P. de Miguel Ibáñez, en los que se exponen los resultados de los estudios faunísticos y osteoarqueológicos desarrollados sobre los restos óseos hallados en el depósito, concluyendo que estos eran vestigios de la celebración de un banquete funerario y de la cremación y deposición de los restos de un individuo infantil. La segunda parte del libro que tenemos entre manos se dedica al estudio de las cerámicas con decoración figurada que aparecieron en algunos departamentos de otro sector del yacimiento, concretamente el llamado «barrio ibero-romano». Para contextualizar los vasos (algo que no se puede hacer por ejemplo con las cerámicas ilicitanas, y solo parcialmente con las edetanas), se lleva a cabo una descripción concienzuda de los sectores 3 y 18 del yacimiento (este último inédito hasta el momento, y por ello analizado con aún mayor grado de detalle), de sus materiales y estructuras y de los departamentos en los que aparecieron los vasos, no por casualidad –como decíamos– los más ricos de sus respectivas áreas y los que mayor número de importaciones acumulaban. A continuación, Uroz procede a realizar un catálogo pormenorizado de los vasos objetos del estudio, dividiéndolos en vasos con «protagonismo zoomorfo» y vasos con «protagonismo antropomorfo», y ofreciendo un recuento detallado de las siglas de sus fragmentos, de sus medidas, del lugar y circunstancias de su hallazgo, de su forma y de su decoración, empleando estos dos últimos criterios para proponer paralelos para cada cerámica. El catálogo se completa con un intento de sistematización de las decoraciones cerámicas similar al del capítulo anterior. Finalmente, Uroz realiza un interesantísimo estudio de cada uno de los temas –‘mitemas’ diríamos nosotros más bien– representados en los distintos vasos, analizándolos a través de su comparación con otros vasos edetanos y contestanos, y buscando las regularidades que permitan hipotetizar narrativas coherentes. A través de esta metodología, se estudia el universo de la imagen femenina (divina y humana), las aves, los ciervos, los caballeros, las monomachias, la muerte en combate, los lobos y los seres híbridos. A partir de los datos tan prolijamente expuestos a lo largo de estos dos bloques, Uroz plantea unas reflexiones finales que, más allá del mero resumen de las ideas 312 ’Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones 2013, 18, 291-314 Reseñas anteriormente expuestas, acumulan buena parte de la carga interpretativa del libro. En ellas, en primer lugar, se realiza un breve y útil recuento historiográfico de las últimas sistematizaciones que sobre la religión ibérica se han llevado a cabo por parte de los diferentes especialistas, recuento que sirve al autor para demostrar que el depósito votivo de Lezuza difícilmente puede incluirse en ninguna de las categorías de espacios sagrados ibéricos propuestas hasta el momento, pues no responde plenamente a la ritualidad ibérica, sino al universo religioso híbrido ibero-romano, en el que las distintas influencias culturales se conjugan dando lugar a realidades nuevas. De hecho, este carácter híbrido se pone aún más de manifiesto al comparar este depósito votivo con el del Amarejo (Nerpio, Albacete), cercano en el tiempo y no tan lejano en el espacio, pero que responde a las prácticas religiosas propiamente ibéricas. En todo caso, la conclusión a la que llega Uroz es que el depósito votivo de Lezuza no era un lugar de culto en sí mismo, sino la evidencia de la práctica de un ritual cívico puntual –quizás apresurado en su concepción pero cuidadosamente ejecutado– dedicado a una divinidad ctónica, pero que sincretizó elementos religiosos ibéricos y romanos e itálico-mediterráneos, y que posiblemente deba ponerse en relación con las inestabilidades provocadas por las guerras sertorianas, que terminarían ocasionando la destrucción del poblado. En lo que respecta a los vasos con decoración figurada, Uroz parte de la aceptación del concepto de ‘vaso singular’ propuesto por R. Olmos, pero no encuentra relación ninguna entre el tema decorativo y el tipo de vaso que le sirve como soporte, ni entre la decoración del recipiente y el contexto en el que fue amortizado. Acepta igualmente, como decíamos, el concepto de ‘grupo pictórico’ defendido por T. Tortosa, pero argumenta que por el momento es imposible hablar de un estilo libisosano, dado que se conocen aún pocos vasos con decoración figurativa procedente de este yacimiento y que muchos de ellos evidencian influencias muy distintas en su composición y temática, siendo fruto seguramente del trabajo de artesanos itinerantes. En todo caso, todos estos vasos serían utilizados por un sector social concreto, caracterizado por su gran poder adquisitivo y por su alto grado de integración en las redes de intercambio mediterráneas; la producción, ostentación y consumo de estas piezas respondería seguramente, según Uroz, a la «autoafirmación y auto-romanización» de las elites locales, dos estrategias identitarias perfectamente compatibles entre sí. El catálogo se completa con una prolija bibliografía y unos útiles índices, los cuales, junto con el apabullante despliegue gráfico a color distribuido a lo largo de la práctica totalidad de sus páginas, convierten el volumen en una útil herramienta al margen del propio texto. En definitiva, si por algo se caracteriza esta monografía es por la gran colección de preciosos datos enormemente novedosos que nos ofrece para el estudio de las prácticas religiosas (y, más en general, del horizonte material) ibero-romanas en un contexto histórico tan irregularmente conocido como es el del sureste meseteño de la primera mitad del siglo I a.C. Si las conclusiones a las que Uroz llega para la historia de Libisosa-Lezuza son enormemente interesantes, las posibilidades que estas y los datos en los que se asientan (tan prolijamente expuestos) ofrecen para la investigación ’Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones 2013, 18, 291-314 313 Reseñas de la religiosidad ibero-romana y de la integración de la cultura ibera en las estructuras romanas altoimperiales son indudables. Encontramos particularmente interesante el estudio iconográfico que el autor lleva a cabo en el apartado III.3, en el que –como ya hemos apuntado– Uroz intenta profundizar en los mensajes que transmiten las imágenes de los vasos de Lezuza a través de su comparación con las otras cerámicas con decoración figurativas ibéricas del sureste y el análisis de sus regularidades. Aunque algo posteriores a la mayoría de las cerámicas ilicitanas y contestanas, el diálogo entre los vasos de Lezuza y estos otros es particularmente rico y nos ayuda a comprender mejor la ideología que se esconde detrás de las decoraciones figurativas de unos y otros, e incluso a intuir los cambios producidos entre finales del siglo III y comienzos del siglo I a.C. Por el contrario, no estaríamos tan de acuerdo con el intento de sistematización de los diferentes motivos ensayado en los apartados II.2.2 y III.2.3, pues se parte en ellos del axioma de que podemos objetivar el lenguaje iconográfico de un conjunto cerámico, algo que nos parece problemático teniendo en cuenta la heterogeneidad de la plástica ibérica, la diversidad de influencias que el propio autor encuentra en las decoraciones de los vasos albaceteños, o la limitación del registro; de hecho, esta problemática se pone de manifiesto cuando Uroz ha de construir su intento de objetivación sobre presupuestos totalmente subjetivos tales como la identificación de la «cara A» y la «cara B» de los vasos, o la asunción de que «caballo+jinete» conforman un «elemento decorativo» único; o cuando en su tipología nos encontramos con multitud de ‘subtipos’ que engloban un solo ejemplar. Nos resulta también especialmente acertada la inclusión de los estudios faunísticos y paleoantropológicos en el ‘cuerpo’ del estudio y la integración de sus resultados en el discurso argumentativo general, pues, como es bien sabido, en la mayor parte de los casos estos análisis se añaden como anexos a las memorias de excavación, sin que sus conclusiones se tomen verdaderamente en cuenta más allá de lo meramente anecdótico. Por su parte, la conceptualización a partir del concepto de ‘hibridación’ tanto del ritual religioso que podemos intuir a partir de sus vestigios depositados en el ‘depósito votivo’, como de las imágenes de las cerámicas analizadas, nos parece enormemente interesante, y que puede arrojar una nueva luz sobre multitud de comportamientos religiosos del mundo ibérico tardío. De hecho, como bien están demostrando en los últimos años autores como J. Vives-Ferrándiz, creemos que la aplicación de presupuestos poscoloniales a la arqueología ibérica puede aportar interesantes novedades a este campo de estudio en el que aún queda tanto por hacer. En definitiva, creemos que el libro de H. Uroz constituirá, como ya ocurrió con la publicación de su tesina sobre la «tumba del orfebre» de la necrópolis de Cabezo Lucero (Guardamar del Segura, Alicante), un hito de referencia en el estudio de la iconografía ibérica, tanto por la colección de nuevas imágenes aportada como, sobre todo, por las hipótesis y conclusiones vertidas por el autor. Jorge Garcial Cardiel Universidad Complutense de Madrid 314 ’Ilu. Revista de Ciencias de las Religiones 2013, 18, 291-314